La
escritura, como arte que es, requiere voluntad comunicativa. Con ella las ideas se lanzan con forma de
palabras y ponen de manifiesto desde qué perspectiva se contempla el mundo.
Todos sabemos que un libro también refleja cómo es el autor y su forma de
entender la vida.
Cuando
leí “El baile de los delfines” reflexioné mucho tiempo. Pensaba cómo la autora,
Julia Villares Anllo, había lanzado sus palabras. Eran retales de la vida de
una madre pintora junto a su hija enferma, una historia con mucho sentimiento
que comunica un mensaje muy sabio: la necesidad de asimilar y superar los malos
momentos que nos puede dar la vida hasta que una sonrisa tenga la última
palabra.
"El beso del fin" Acrílico sobre cartón 52x37 |
En
esta lectura encontré muchos detalles preciosos, como el amor y el respeto a la
familia, a la música y a la pintura, y también la esperanza en el futuro. Todo
lo que esboza a la perfección una sensibilidad
muy honda. Pero, sobre todo, descubrí la cumbre de sus paisajes, durísimos
detalles que nos plantea el temor a una enfermedad desconocida y rara, del tipo
“no sé qué pasará mañana”, y el
sufrimiento ante esos y otros momentos amargos e insostenibles que se deben afrontar.
Muchos
sentimientos afloran al leer este libro. Y me gustaría decir cuál fue para mí
uno de los más emotivos y que me ubicó a las puertas del corazón de esta novela:
el instante donde nos narra el por qué de un título tan profundo como elegante,
“El baile de los delfines”.
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