"Cúpula de Santa María de las Flores"
Acuarela, 45x30
Durante
mis estudios de Arquitectura de Interiores, una de las asignaturas más amenas
era Historia del Arte. En ella conocí ampliamente al pintor y arquitecto
italiano Filipo Brunelleschi. Me fascinó su decisión para prescindir de una
cúpula ojival gótica, propia de esos años, e impulsar algo nuevo. Gracias a él
volvió el gusto por las cúpulas de la época romana y bizantina. Puede que se
fijara bastante en el Panteón de Agripa y comenzara a dibujar, a pensar y a
calcular, hasta que su talento le regaló una buena idea para aplicarla allí, en
el encargo que le ofrecieron para la inacabada catedral de Santa María de las
Flores de Florencia. Diseñó una nueva cúpula, magnífica, hermosa y perfecta,
que marcó el inicio de la arquitectura del Renacimiento.
Porque,
a pesar de su forma semicircular, en lugar de ojival, consiguió que fuera
imposible que su gran peso amenazara el tambor octogonal de fábrica de ladrillo
recubierto de mármol en el que iba a colocarse, pues las fuerzas vectoriales eran
verticales, asentándose perfectamente sobre la base. Los cálculos matemáticos
los dispuso con acierto al servicio del Arte.
Como
esa cúpula no hubo otra, ni siquiera la diseñada por Miguel Ángel para la
Basílica de San Pedro del Vaticano; fue él quien dijo: “la cúpula de
Brunelleschi podría ser más grande, sí, pero no más bonita.”
Y
no sólo eso, sino que es la imagen emblemática de la ciudad florentina.