Estamos
en un año diferente para la política y nuestro país se está poniendo a prueba,
donde los ciudadanos, transformados en partidos políticos, deben dialogar y
entenderse para gobernar. Deben hacerlo con respeto y en un lugar adecuado. Así
que os contaré ahora lo que ocurrió en Madrid, en 1842:
Narciso
llegó a la Real Academia de San Fernando con cierta impaciencia. Junto a él acudirían
sus competidores, una docena más de artistas. Iba a ser un concurso público muy
reñido. Aún y así, no le iba a quitar el sueño. Estaba convencido de que iba a
ser seleccionado, era un arquitecto que confiaba ciegamente en su propuesta, era
un valenciano de treinta y cuatro años ilusionado por aquello que llevaba bajo
el brazo: una gran carpeta repleta con los dibujos y la memoria descriptiva de su
proyecto: el nuevo Palacio del Congreso de los Diputados.
Palacio del Congreso de los Diputados Acuarela 30x22 |
Narciso
Pascual Colomer era todo un clásico, no le gustaba nada recurrir a los diseños
anacrónicos empleados por algunos de sus colegas y que tanto repudiaba. Su
trabajo lo trazó bajo la batuta sagrada del Renacimiento; las sombras de Paladio,
Peruzzi y Bramante se movían con él en su estudio.
Una
ley de aquel mismo año autorizó al Gobierno a construir un nuevo edificio para
las de sesiones de los diputados. Y se dispuso que debiera asentarse en el mismo
terreno donde se celebraban hasta entonces las sesiones parlamentarias, el antiguo
y ya ruinoso convento del Espíritu Santo. Eran mil quinientos metros cuadrados
y con un desnivel de unos cuatro metros. El reto era difícil y la
responsabilidad grande.
Finalmente
su esperanza se cumplió. La Academia seleccionó su proyecto y lo envió a la
Comisión del Gobierno. Allí fue valorado minuciosamente y tan magnífico (y
costoso) era, que… se creyó oportuno el retocarlo. Así que Narciso tuvo que
eliminar patios, amplios accesos y algunas zonas. También se replanteó la
planta principal. Quedó algo más sencillo.
A
pesar de las modificaciones y de la severa limitación de superficie del
edificio, había conseguido de todos modos una generosa sala de sesiones con
anfiteatro semicircular, para trescientos noventa diputados, otra gran sala de
conferencias, así como gabinetes de lectura y descanso. Todo perfectamente
distribuido mediante pasillos linealmente trazados bajo la racionalidad clásica
de una planta axial y simétrica.
El
exterior del edificio contiene en su fachada su segundo elemento protagonista.
Lo diseñó pensando en el acceso real, entonces para la reina Isabel II, con un
pórtico adelantado compuesto por una escalinata y seis columnas estriadas con
capitel de orden corintio. Sobre ellas se sostiene una cornisa y el friso, base
del frontispicio en forma de triángulo y cuyo tímpano da vida a un hermoso bajorrelieve:
alegorías de España, del Comercio, la Justicia, las Bellas Artes, la
Agricultura…
Planta y alzado del Palacio |
El
arquitecto quiso que el nuevo edificio dejara huella de un sentimiento
constante: la estima al país, a lo que había sido y era entonces España. Un
sentimiento unido al deseo de vivir en libertad y con justicia, confiando en
que no faltaría ni industria ni
abundancia para lograr la felicidad pública. Grandes ideales y buenas
intenciones para un nuevo tiempo esperado. Una vez terminado, lo construido era
un testimonio real. Así, ¿cuál era la riqueza, la cultura y el saber de esa
época? ¿Cuál era el grado de adelantamiento a que había llegado España? Esta
fue la pregunta que se hizo la Comisión del Gobierno de Interior a mediados del
siglo XIX, poco después de ser inaugurado el Palacio. Por cierto, los leones de
bronce de la entrada se colocaron más tarde.
Y
hoy, El Congreso de los Diputados (que todos sabemos también incluye a las
diputadas) sigue teniendo el mismo objeto por el cual se edificó: representar a
la nación española. Sí, no solo a los españoles que lo son con madurez, sino
también a los españoles renegados y a los españoles de boca grande. A todos los
españoles.
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