domingo, 13 de marzo de 2016

UN PALACIO PARA TODOS

Estamos en un año diferente para la política y nuestro país se está poniendo a prueba, donde los ciudadanos, transformados en partidos políticos, deben dialogar y entenderse para gobernar. Deben hacerlo con respeto y en un lugar adecuado. Así que os contaré ahora lo que ocurrió en Madrid, en 1842:
Narciso llegó a la Real Academia de San Fernando con cierta impaciencia. Junto a él acudirían sus competidores, una docena más de artistas. Iba a ser un concurso público muy reñido. Aún y así, no le iba a quitar el sueño. Estaba convencido de que iba a ser seleccionado, era un arquitecto que confiaba ciegamente en su propuesta, era un valenciano de treinta y cuatro años ilusionado por aquello que llevaba bajo el brazo: una gran carpeta repleta con los dibujos y la memoria descriptiva de su proyecto: el nuevo Palacio del Congreso de los Diputados.

Palacio del Congreso de los Diputados
Acuarela 30x22


Narciso Pascual Colomer era todo un clásico, no le gustaba nada recurrir a los diseños anacrónicos empleados por algunos de sus colegas y que tanto repudiaba. Su trabajo lo trazó bajo la batuta sagrada del Renacimiento; las sombras de Paladio, Peruzzi y Bramante se movían con él en su estudio.
Una ley de aquel mismo año autorizó al Gobierno a construir un nuevo edificio para las de sesiones de los diputados. Y se  dispuso que debiera asentarse en el mismo terreno donde se celebraban hasta entonces las sesiones parlamentarias, el antiguo y ya ruinoso convento del Espíritu Santo. Eran mil quinientos metros cuadrados y con un desnivel de unos cuatro metros. El reto era difícil y la responsabilidad grande.
Finalmente su esperanza se cumplió. La Academia seleccionó su proyecto y lo envió a la Comisión del Gobierno. Allí fue valorado minuciosamente y tan magnífico (y costoso) era, que… se creyó oportuno el retocarlo. Así que Narciso tuvo que eliminar patios, amplios accesos y algunas zonas. También se replanteó la planta principal. Quedó algo más sencillo.
A pesar de las modificaciones y de la severa limitación de superficie del edificio, había conseguido de todos modos una generosa sala de sesiones con anfiteatro semicircular, para trescientos noventa diputados, otra gran sala de conferencias, así como gabinetes de lectura y descanso. Todo perfectamente distribuido mediante pasillos linealmente trazados bajo la racionalidad clásica de una planta axial y simétrica.
El exterior del edificio contiene en su fachada su segundo elemento protagonista. Lo diseñó pensando en el acceso real, entonces para la reina Isabel II, con un pórtico adelantado compuesto por una escalinata y seis columnas estriadas con capitel de orden corintio. Sobre ellas se sostiene una cornisa y el friso, base del frontispicio en forma de triángulo y cuyo tímpano da vida a un hermoso bajorrelieve: alegorías de España, del Comercio, la Justicia, las Bellas Artes, la Agricultura…

Planta y alzado del Palacio

El arquitecto quiso que el nuevo edificio dejara huella de un sentimiento constante: la estima al país, a lo que había sido y era entonces España. Un sentimiento unido al deseo de vivir en libertad y con justicia, confiando en que no faltaría ni industria ni  abundancia para lograr la felicidad pública. Grandes ideales y buenas intenciones para un nuevo tiempo esperado. Una vez terminado, lo construido era un testimonio real. Así, ¿cuál era la riqueza, la cultura y el saber de esa época? ¿Cuál era el grado de adelantamiento a que había llegado España? Esta fue la pregunta que se hizo la Comisión del Gobierno de Interior a mediados del siglo XIX, poco después de ser inaugurado el Palacio. Por cierto, los leones de bronce de la entrada se colocaron más tarde.

Y hoy, El Congreso de los Diputados (que todos sabemos también incluye a las diputadas) sigue teniendo el mismo objeto por el cual se edificó: representar a la nación española. Sí, no solo a los españoles que lo son con madurez, sino también a los españoles renegados y a los españoles de boca grande. A todos los españoles.

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