Hoy, después de años y años trazando las mismas rectas, cuando la sociedad está en crisis y se da cuenta de sus desgracias, una parte de ella dice querer cambiar en lugar de mejorar. Y, lejos de ello, se empeña en dejarse llevar por la actitud barroca de la sensualidad, del instinto, del alejamiento de los esquemas rígidos y clásicos.
Entre los siglos XVI y XVIII, puente entre el Renacimiento y el Neoclasicismo, el arte intentó desligarse de los esquemas clásicos, de aquellos que se basaban en la razón perfecta, en los equilibrios de las formas básicas y de las expresiones puras. Lo clásico siempre había sido algo superior que se tomaba como modelo, digno para ser imitado, una referencia que servía para hacer otras del mismo orden. Se quiso romper con esas concepciones tan rígidas, conseguir unas expresiones más acentuadas, donde las sensaciones eran más importantes que la racionalidad.
De ese modo se trazaron sinuosas curvas donde antes había líneas rectas, se pensaba en elipses y hélices en lugar de círculos y cuadrados. Se dejó de pintar en caballetes para colorear al fresco, en los muros. Esa actitud aparentaba desear un resultado más sensual, más atractivo y, en definitiva, algo más propio del instinto humano.
Sillón barroco. Dibujo a lápiz y tinta. |
Pero no se desarrolló del todo, no evolucionó de forma clara y terminó por diluirse y, una vez más, se volvió la vista atrás, a las fuentes clásicas y por consiguiente, a un “nuevo” clasicismo.
Aún y así, después de ser juzgado como decadente y corrompido, al arte barroco se le reconoció su lucidez y coherencia.
Los hombres y las mujeres crean, mantienen, innovan y, cuando todo parece inventado, vuelven a innovar o vuelven a reinventar. Si no se diseña nada nuevo, entonces se vuelve al pasado y se recuperan ideas de otras épocas. Moderno y antiguo se solapan.
Tiempos de hastío y de aburrimiento para esa parte de la sociedad que ha sufrido, que quiere cambiar, como el arte del barroco. Quiere dibujar elipses y parábolas, curvas sinuosas. Quiere camisetas-protesta y camisas arremangadas para luego colocarse corbatas, siempre haciendo curvas con atajos de apariencia.
El tiempo dirá si esta política barroca de hoy será como lo fue el arte del siglo XVII: aparentemente corrompida y decadente, aunque lúcida y coherente al final.