Sorprende
lo distinto que resulta todo en la vida según el contexto histórico con que lo
veamos. ¿Qué diría ahora Miguel de Cervantes si supiera que en pleno siglo XXI
todo el mundo le reconoce como el máximo exponente de la literatura castellana?
¿Qué cara pondría si supiera que aquella obra que escribió sobre un tal Don
Quijote es hoy, después de la Biblia, el
libro más editado y traducido de la historia?
Si
retrocedemos cuatro siglos atrás, veremos a un hombre de sesenta y ocho años,
en su último año de vida, siempre dedicado a sus ocupaciones y a escribir. Él,
cuya verdadera vocación era ser buen dramaturgo, se dio cuenta de que sus
comedias, obras de teatro y entremeses que había escrito durante años, no
serian tan valoradas como esa novela de aventuras que ideó cumplidos los cincuenta
años y que publicó ocho después. No la consideraba su mejor novela y aún así
despertó buena crítica. Sí, tal vez reconocía que era muy entretenida y un tanto
peculiar, donde mezclaba drama, comedia y épica, salpicada de personajes que
creó… ¡inspirándose en algunos familiares de su esposa!
Y
es que pasó por tantas vivencias que no dudaba en plasmarlas en sus obras: porque
fue soldado del rey Felipe II y sufrió la guerra, porque quiso ser funcionario
del reino, comisario de abastos y recaudador de impuestos, porque fue
secuestrado por piratas turcos, porque fue encarcelado un par de veces… sí, le
pasó de todo.
La
aventura le impulsó a escribir aquella novela sobre un soñador desfasado, anticuado
y medio loco, mas no estaba pensada para ser su gran obra. Hay que tener en
cuenta que escribió siempre, desde muy joven, empezando con poesía castellana y
luego bebiendo del arte y del estilo que halló en poemas de caballeresca
italiana, no sintiéndose nunca un buen poeta. Y tuvo que ser al final de sus
años y casi sin saberlo, cuando presentó algo único: un realismo como estética
literaria, una verdadera novela moderna.
No
se creía un gran escritor. Y también se equivocaría si pensó, al morir, que lo
enterrarían y ya está, como a todos, o que, después de enterrado, pocos te
recordarán y ninguno te buscará.